«¿A qué edad gateó?», «¿Qué alimento no le gusta?», «¿Con quién duerme?»…, y así un largo repertorio de preguntas configuran muchos de los cuestionarios con los que recibimos a las familias en los primeros días de escolarización de sus hijos/as.
Hace casi veinte años, en un curso de formación sobre evaluación en infantil, le escuchamos decir a un conferenciante que la mayor parte de la información obtenida en la entrevista inicial no la empleábamos para nada. A nosotras, en aquel momento en el que acabábamos de poner en funcionamiento estos instrumentos de recogida -tras sesudos debates acerca de lo qué incluir o no-, nos pareció una falta de respeto nuestra profesionalidad y rigurosidad. A día de hoy, no tenemos más remedio que admitir la absoluta verdad que encerraba aquella afirmación.
En el artículo 21 de la orden por la que se regula la evaluación en infantil se dice que cuando el alumnado se incorpore al 2º ciclo de EI, las personas tutoras realizarán una evaluación inicial de cada uno que recogerá los datos más destacados de su proceso de desarrollo, tendrá en cuenta datos obtenidos de la información de las familias en la entrevista inicial y, si es el caso, informes médicos, psicológicos, pedagógicos y sociales. Esta información se completará con la obtenida tras la observación directa durante el período de adaptación. La orden deja al criterio del equipo educativo las decisiones relativas al tipo de información así como las técnicas e instrumentos, tanto de recogida como de consignación de la misma.
2º que nos trasladen la información que precisamos en el comienzo cuando aun no conocemos a las criaturas y sus antecedentes sanitarios, motóricos, lingüísticos, sociales, etc.
Esta entrevista puede desarrollarse de varias maneras, pero leyendo delante de ellos con mirada reprobadora el cuestionario que cubrieron en casa -con mayor o menor pericia, con más o menos discurso, con mucha o poca veracidad-, ayuda poco a crear ese clima distendido y cordial que se precisa. Parece más bien un momento de tensión para los progenitores. Otra forma sería que, como boas observadoras que somos y adiestradas entrevistadoras, conduzcamos una conversación en la que la familia se sienta acogida, en la que tenga ocasión de expresar sus inquietudes y expectativas sobre este período que inician, en la que charlemos sobre aspectos relevantes de su hijo/a, diferenciando lo primordial de lo superfluo y recogiendo sus dudas que luego pueden ser expuestas con carácter general en la reunión grupal que mantengamos con todas las familias.
El sentido común, también nos hace ver que la información recogida en esos cuestionarios exhaustivos, no va más lejos de ahí, dado que no parece pertinente consignarla en la evaluación inicial (XADE) que pasará a integrar el expediente personal del alumno/a para toda su vida escolar.
La economía de esfuerzo los hace entender que bastantes aspectos burocráticos tenemos en los centros educativos como para burocratizar lo que no tiene que ser burocratizado: las relaciones con las familias.
Por lo tanto, y como conclusión, no desaprovechemos esa primera ocasión y mantengamos una entrevista con las familias, no le hagamos una entrevista a las familias.