Una niña nos trajo una receta de pan, por lo que decidimos hacerlo en clase. Todos habían comentado que les gustaría hacer dos panes, uno para comérselo y otro para llevar a casa. De modo que hicimos cálculos sobre lo que pesa un bollo y concluimos que necesitaríamos alrededor de 200 g. para cada uno de los 25 niños y niñas de clase. Afortunadamente el personal de cocina del centro nos permite hornear algunas elaboraciones, pero no las usar las instalaciones por motivos de sanidad, así que previamente preparamos una masa de seis kilos en casa, ya que nos parecía inviable en clase por el volumen y por el tiempo necesario. Lo que sí reprodujimos fue la receta de nuestra compañera pesando todos los ingredientes, así como la masa resultante tras ser amasada por todos y hecha la prueba de que estaba en su punto cuando al presionarla con un dedo recupera su forma.
La rodeamos con una cinta métrica para ver si surtía efecto la levadura (que tanto desagrado le había producido su olor). Preparamos una tabla de control en la que íbamos anotando los cambios en cuanto a peso y medida. Y esto fue lo que los desconcertó, porque a cada poco la masa crecía y sin embargo no variaba de peso. Pronto descubrimos a qué se debía, ya que mientras esta preparación leudaba, echamos mano de la que habíamos preparado con anterioridad; al cortarla para dividirla entre todos descubrimos que estaba llena de hoyuelos, como burbujas de aire. Ahí estaba la solución al misterio del crecimiento sin incremento de peso: estaba llena de aire.
Ahora cada uno tenía que repartir su porción de aproximadamente 200 g. de masa en dos bollos. Fue revelador ver como algunos dejaban el más grande para casa y el más pequeño para ellos, o al revés. El trabajo fue autónomo, cumpliendo sólo la condición de que tenían que anotar el peso de los dos panes.
Tras el horneado, la llegada del carro con las bandejas precedido por el aroma a pan recién hecho fue motivo de alborozo.
Y ahora llegaba el momento de comprobar si cocidos pesaban lo mismo.
Habían disminuido de peso. En este caso, la explicación la dimos nosotras: el agua de la masa se había evaporado.
La degustación del pan, copiar la receta para repetir en casa y adjuntarla en el mismo paquete que el bollo para tomar en familia, dio el cierre a una sesión intensa de trabajo manipulativo y matemático, de disfrute de las cosas sencillas de la vida: olores, sabores, un trabajo en grupo y la satisfacción de saber hacer. El aire del pan, nos sentó bien en todos los sentidos.